La Resonancia de lo Divino
- Sarai Cortés

- 8 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 6 ago
¿Qué significa resonar?
¿Vibrar con algo?
¿Ser movido por algo?
El eco del corazón
Cuando estamos en el vientre materno, nuestra primera experiencia sonora es el ritmo del latido del corazón de nuestra madre. El feto está envuelto en su respiración, su voz, sus estados emocionales — todo se transmite a través de la vibración.

Estudios en neuropsicología muestran cómo el sonido moldea el cerebro fetal, y la filosofía yóguica habla del spanda (sánscrito: vibración, pulso o movimiento), el latido primordial que da inicio a la vida. Nos armonizamos con el cuerpo de nuestra madre. Esto crea nuestro primer ritmo interno: la resonancia del corazón. El lugar, la forma y el momento en que nacemos establecen un tono —una resonancia— que impacta profundamente nuestra vida psicológica, social y espiritual. La resonancia del nacimiento puede influir en la manera en que nos conectamos con el mundo, con los demás, con nosotros mismos e incluso con lo divino.
Por eso, las decisiones que tomamos hoy, de forma consciente, son más importantes que nunca. Cuando nos volvemos conscientes de la resonancia que llevamos dentro, podemos elegir afinarla. Pero a menudo enfrentamos un gran obstáculo: el ruido del mundo exterior. Hoy vivimos rodeados de distracciones. El ruido externo ahoga constantemente nuestra armonía interior. Estamos sobreestimulados, desconectados, fragmentados. Lo mismo ocurre con nuestras experiencias externas —traumas, expectativas, condicionamientos— que empañan nuestra verdad interior. Esta desconexión genera disonancia: dentro de nosotros, en nuestras relaciones y en nuestro camino espiritual.
En la filosofía yóguica decimos: Nada Brahma, el mundo es sonido. Todo vibra. El Universo mismo comenzó con sonido — en el principio era el Verbo… y el verbo era Dios. O en yoga, el principio fue AUM. No como una metáfora, sino literalmente, tal como lo sugieren tanto la física moderna como las tradiciones antiguas.

El sonido es forma y también es amorfo. Transciende los límites. Puede sentirse, escucharse y conocerse. Esto nos lleva de vuelta al eco del corazón — el sonido antes del nacimiento.
Y por ello debemos conectar con el Anahata Nada — el sonido no golpeado, la vibración eterna que habita en el corazón. Es la resonancia interior que simplemente es — silenciosa, presente, intacta — esperando ser escuchada cuando logramos aquietarnos. Escuchar ese sonido interior es el comienzo de una verdadera conexión espiritual.
Cuando estamos alineados, vibramos con la resonancia cósmica. Como decía Pitágoras sobre la música de las esferas, el cosmos entero canta en perfecta armonía — y esa armonía habita también en nosotros.
Recuerda… si estamos alineados, vibramos con la energía del Universo. Entonces, la conexión espiritual no consiste en alcanzar algo afuera, sino en sintonizar con lo que hay adentro.
Pregúntate ahora…
¿Qué resonancia llevo dentro?
¿Qué estoy permitiendo que ahogue mi canción interior?

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